El Camino Hacia Una Forma De Vida Cristiana

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¿Legalismo?  ¿Antinomianismo? O ¿El Evangelio de Cristo?

Después de haber aceptado a Cristo como Salvador y haber sido bautizados, ¿qué es lo que controla nuestro comportamiento? A menudo se dan solo algunas respuestas básicas a esta pregunta.

Algunos creyentes dirán, “Ahora estamos gobernados por la ley”. Este grupo pone un gran énfasis en la ley, ya sea para ganar la salvación o para mantenerla, a los cuales se les refiere como legalistas. Ellos hacen hincapié en una lista de reglas por temor de que los cristianos recurran a la gracia de Dios para cubrirse espiritualmente mientras están viviendo sin una moral apropiada sin ética y sin disciplina espiritual. Y para cubrirse contra tales comportamientos permisivos e impíos, este tipo de creyentes sienten que con solo leer la ley de Dios, registrada básicamente en el antiguo testamento, es suficiente. 

Es verdad que en cada época, muchos de los que se llaman cristianos han abusado de la doctrina de la gracia y la han tomado como un escudo para hacer lo que les place (Judas 4). Algunos hasta han defendido un estilo de vida inmoral e ilegal, argumentando que aquellos que han sido salvos por la gracia de Dios no tienen más obligación con las antiguas leyes de Dios. La palabra que describe a cualquiera que intencional y consistentemente niega la validez de la ley moral de Dios para los cristianos es antinomiano. Y significa “sin ley” o “contra la ley”. 

El legalista, entonces, depende de la obediencia en la ley ya sea como medio de salvación o para mantenerla. El antinomio, por el otro lado, rechaza la ley moral como algo obligatorio a la conducta cristiana. Ambos puntos de vista pierden el propósito del evangelio y no entienden su poder.

El evangelio no permite que uno presuma de la gracia de Dios, convirtiéndola en un permiso. El apóstol Pablo escribió, “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo!” (Romanos 6:1,  2). 

En varios pasajes la Biblia nos advierte de cuidarnos de usar la gracia como una excusa para llevar un estilo de vida pecaminoso. 

Por lo tanto, el legalista puede descansar seguro de que: La apropiada predicación del evangelio no devalúa los estándares morales de Dios. De hecho, es todo lo contrario: El creyente del evangelio es motivado por el Espíritu de Dios dentro de él para acallar lo malo y hacer lo correcto — a confiar y obedecer, a cumplir con el corazón el propósito y el espíritu de la ley. El legalista necesita reconocer que existe una motivación y un poder mayor para llevar una vida santa que la ley misma ofrece.  

El evangelio también trae libertad, no como el liberal imagina, sino una libertad expresada en la responsabilidad personal. Es verdad, el evangelio libera al creyente de la condenación del pecado. Sin embargo, una vez libres, los creyentes no son su propio maestro. Quedan libres del viejo maestro de pecado para que ahora puedan servir a un nuevo Maestro: El Señor Jesucristo.

¿Entonces qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! ¿No saben ustedes que cuando se presentan como esclavos a alguien para obedecerle, son esclavos de aquel a quien obedecen, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? 

Pero gracias a Dios, que aunque ustedes eran esclavos del pecado, se hicieron obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fueron entregados, y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia (Romanos 6:15-18).

Por lo tanto, el creyente es liberado no solo del castigo del pecado (justificación) sino también del poder del pecado cuando el Espíritu de Dios comienza a producir el fruto de una vida recta (santificación) en él.

La justificación y la santificación van unidas. El evangelio que salva también justifica. 

El antinomio necesita darse cuenta que su libertad en Cristo no es para hacer lo que mejor le parezca, sino que tiene el poder y la libertad moral para hacer lo que debe hacer. La verdadera libertad es una vida conformada a Cristo, no una vida basada en una conducta egoísta y arbitraria.

Por lo tanto, la conducta cristiana, brota del evangelio que es el misericordioso amor de Dios, fortalecido por el Espíritu Santo. El libro de Romanos hace hincapié en lo primero (ver Romanos 12:1; 13:8-10), mientras que el libro de Gálatas acentúa lo último (“Andar en el Espíritu” — Gálatas 5:16). Cuando el apóstol Pablo abordó el asunto de la mala conducta en la iglesia primitiva, solo apelaba ocasionalmente a la ley como el remedio. En lugar de eso, el constantemente les recordaba a los cristianos que el evangelio los había llevado a una nueva relación con Dios. 

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas (2 Corintios 5:17).

Por medio de Cristo, Dios mira a los cristianos como muertos al pecado, como nuevas criaturas, como Sus hijos e hijas. Cuando los cristianos se dan cuenta de esto, como lo dice Pablo, ya no pueden seguir viviendo como pecadores. Su postura en Cristo les requiere una forma de vida mejor. Y es el evangelio — no la ley o el juicio, o la conciencia de la persona lo que mantiene al creyente en lo recto. Y lo hace en tres maneras.

Motivación

Primero, el evangelio nos provee los mejores motivos para vivir una vida recta: fe y amor. La fe que salva está basada en una identificación personal con Cristo. Por medio del evangelio, el creyente está unido a Cristo en la semejanza de Su muerte, sepultura y resurrección (ver Romanos 6). Así como Cristo murió por el pecado, el creyente en Jesús muere al pecado, a sí mismo y al mundo. Y así como Jesús se levantó de los muertos, de la misma manera el creyente en Cristo se levanta para caminar en una vida nueva. 

Por el amor y la gratitud de saber que Dios nos amó primero, y por lo que Cristo ha hecho por nosotros, los que creemos en Él estamos motivados de una manera supernatural para hacer lo correcto y lo que le agrada a Dios. Una comprensión verdadera del evangelio no nos permite hacer menos que eso.

Pues el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que Uno murió por todos, y por consiguiente, todos murieron. Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos (2 Corintios 5:14, 15). 

Si el creyente no encuentra esto, entonces está fallando en ser lo que ya es en Cristo: muerto al pecado y vivo para Dios.

Poder

Segundo, el evangelio le da el poder al creyente para vivir una vida recta. La ley — aunque santa, justa y buena — nunca podría hacer esto a causa de la debilidad de la naturaleza humana (Romanos 8:3). Por medio del evangelio el Espíritu de Dios vive dentro de nosotros para transformar nuestras mentes y conformarnos a la 

“mentalidad de Cristo” gradualmente. La transformación interna que el Espíritu realiza en los pensamientos, carácter y comportamiento (mente, corazón y cuerpo) del creyente es uno de los motivos éticos centrales del cristianismo.

Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia. Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu que habita en ustedes (Romanos 8:10, 11).

Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto (12:2).

Y que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:23, 24). 

Ejemplo o Modelo 

Tercero, el evangelio dirige nuestra conducta mediante el ejemplo de Jesús, no solamente por medio de los mandamientos de Dios. Pedro nos exhorta a seguir las pisadas de Cristo (1 Pedro 2:21), al igual que lo hace Juan (1 Juan 2:6). 

Pablo dijo, “Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo” (1 Corintios 11:1). La vida de Jesús provee al creyente con un modelo ético. En la cruz, Cristo se entregó a Sí mismo completamente. ¿Podría el creyente, quien está modelando su vida con el ejemplo de Jesús hacer menos que eso? Al estar siguiendo los pasos de Cristo, el creyente está aprendiendo a demostrar ese mismo amor, compasión, obediencia, y servicio humilde que Jesús mismo mostró a Dios y a la humanidad. 

La misma palabra cristiano significa ser como Cristo. La semejanza a Cristo viene cuando recibimos la mente de Cristo y seguimos Su ejemplo. Las éticas cristianas son principalmente Cristo-céntricas (¿Qué le gustaría a Cristo que yo hiciera?), en lugar de ley-céntricas (¿Qué es lo mínimo que necesito hacer?) o ego-céntricas (¿Qué es lo que puedo hacer y salir librado de esa situación?). El ejemplo personal de Jesucristo en realidad eleva el modelo de lo que fue establecido en la ley escrita de Dios dada en el Monte Sinaí. 

Una Respuesta Apropiada

El legalista, cuando se enfrenta a decisiones éticas en relación a la conducta humana y estilo de vida, con frecuencia responde, “Todas las respuestas están en la ley. Si hago exactamente lo que la ley dice, no puedo equivocarme”. Y a su vez, el liberal o antinomiano dice, “Estoy libre de la ley y puedo hacer lo que mejor me parezca. La situación y mi propia conciencia determinarán mi comportamiento”.

Sin embargo, el cristiano creyente del evangelio debería responder de la siguiente manera: “Soy una nueva creación de Cristo, y el viejo ser ya no rige mi vida. Motivado por el amor de Dios y fortalecido por Su Espíritu, viviré en armonía con Sus eternas normas morales las cuales veo y escucho en Jesús. Hacer lo contrario sería inconsistente con mi fe en Cristo”.

Sólo en Cristo encontramos la motivación apropiada, el poder y el ejemplo para guiar nuestra conducta cristiana: 

Despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe . . . (Hebreos 12:1, 2).  

2/2021


A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas fueron tomadas de la versión Nueva Biblia de las Américas™ ™ Copyright © 2005 por The Lockman Foundation

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